Durante décadas, Miches fue uno de los secretos mejor guardados del noreste dominicano. Sus playas vírgenes, lagunas cristalinas, ríos serpenteantes y montañas que se funden con el Atlántico lo convirtieron en un paraíso natural casi intacto.
Mientras otros polos turísticos crecían bajo la presión de la masificación, Miches permaneció alejado del ruido del desarrollo desordenado.